El vídeo puede definirse como sistema de captación y reproducción instantánea de la imagen en movimiento y del sonido por procedimientos electrónicos. Dentro del ecosistema audiovisual, presenta una serie de características relacionadas con los avances de la tecnología, que le permiten estar presente en distintos momentos del proceso educativo, tanto como medio de observación, expresión, autoaprendizaje por parte del alumnado, o de ayuda en la enseñanza.
Desde su aparición, el vídeo fue una herramienta didáctica utilizada en diferentes contextos educativos y estuvo muy ligado a lo que conocemos como educación a distancia. En las últimas décadas, el paso del vídeo analógico al digital, así como la expansión de la WEB 2.0, han hecho que se convierta en un recurso potente con inmensas posibilidades en los procesos formativos de los estudiantes tanto en contextos formales como informales y esté sufriendo una especie de renacer como herramienta didáctica. Ejemplos de ello, los encontramos en las metodologías emergentes como la gamificación, la clase invertida (Flipped Classroom), los webinar, etc., en las que la aportación del vídeo es determinante para conseguir los objetivos de aprendizaje con éxito.
Pero, lo más destacable quizá de la aportación del vídeo en las aulas contemporáneas, y a partir de la experiencia que estamos compartiendo en esta guía, es el cambio de rol que ha supuesto para el alumnado. Éste ha pasado de ser un mero consumidor de contenidos a ser un productor de los mismos, potenciando este hecho que los aprendizajes sean más significativos y un mayor desarrollo de las competencias clave, pues al producir sus propios vídeos, sean estos del tipo que sean, el alumnado necesita recurrir a todas ellas para obtener un producto adecuado, con lo que al final estamos utilizando el vídeo como una herramienta para el “aprender haciendo”, una de las máximas de la pedagogía constructivista.
Otro de los motivos por los que el vídeo ha tenido un renacer imparable como recurso en los procesos de enseñanza-aprendizaje, es que se presenta como una herramienta motivadora, asequible y ubicua. La posibilidad de registro videográfico que ofrecen los diversos dispositivos que acompañan en su día a día al profesorado y al alumnado (móviles y tablets principalmente) y que se hayan solventado problemas técnicos respecto a esta tecnología (que habían frenado su avance en los años 80 del siglo pasado) convierten el vídeo en un medio idóneo para afrontar con éxito algunos objetivos didácticos, que con otros recursos no serían tan positivos o motivadores.
Las investigaciones más recientes consolidan las hipótesis que se manejaban desde el siglo pasado sobre el poder de la imagen como elemento favorecedor de adquisición de conocimientos en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Dentro de esta línea el vídeo es sin duda una oportunidad de generar cambios en la práctica docente que apoyados en el mismo favorezcan el rendimiento académico en el alumnado. Esto no quiere decir que el uso del vídeo por sí mismo en el aula genere cambios positivos en el proceso instruccional, es necesario para que esto ocurra que previamente se definan los objetivos de aprendizaje y a partir de ahí se desarrolle toda una secuencia didáctica en la que el vídeo entrará en diferentes momentos, si es necesario y sobre todo si aporta mejores resultados que el uso de cualquier otro recurso. En este sentido es en el que hemos trabajado a la hora de elaborar esta guía de buenas prácticas, mostrar al resto de profesorado nuestra experiencia en el uso del vídeo como un recurso más, insertado en los diseños de las diferentes tareas, unidades de programación, materias, proyectos, etc., de modo que su uso sea transferible y exportable.
Desde su aparición, el vídeo fue una herramienta didáctica utilizada en diferentes contextos educativos y estuvo muy ligado a lo que conocemos como educación a distancia. En las últimas décadas, el paso del vídeo analógico al digital, así como la expansión de la WEB 2.0, han hecho que se convierta en un recurso potente con inmensas posibilidades en los procesos formativos de los estudiantes tanto en contextos formales como informales y esté sufriendo una especie de renacer como herramienta didáctica. Ejemplos de ello, los encontramos en las metodologías emergentes como la gamificación, la clase invertida (Flipped Classroom), los webinar, etc., en las que la aportación del vídeo es determinante para conseguir los objetivos de aprendizaje con éxito.
Pero, lo más destacable quizá de la aportación del vídeo en las aulas contemporáneas, y a partir de la experiencia que estamos compartiendo en esta guía, es el cambio de rol que ha supuesto para el alumnado. Éste ha pasado de ser un mero consumidor de contenidos a ser un productor de los mismos, potenciando este hecho que los aprendizajes sean más significativos y un mayor desarrollo de las competencias clave, pues al producir sus propios vídeos, sean estos del tipo que sean, el alumnado necesita recurrir a todas ellas para obtener un producto adecuado, con lo que al final estamos utilizando el vídeo como una herramienta para el “aprender haciendo”, una de las máximas de la pedagogía constructivista.
Otro de los motivos por los que el vídeo ha tenido un renacer imparable como recurso en los procesos de enseñanza-aprendizaje, es que se presenta como una herramienta motivadora, asequible y ubicua. La posibilidad de registro videográfico que ofrecen los diversos dispositivos que acompañan en su día a día al profesorado y al alumnado (móviles y tablets principalmente) y que se hayan solventado problemas técnicos respecto a esta tecnología (que habían frenado su avance en los años 80 del siglo pasado) convierten el vídeo en un medio idóneo para afrontar con éxito algunos objetivos didácticos, que con otros recursos no serían tan positivos o motivadores.
Las investigaciones más recientes consolidan las hipótesis que se manejaban desde el siglo pasado sobre el poder de la imagen como elemento favorecedor de adquisición de conocimientos en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Dentro de esta línea el vídeo es sin duda una oportunidad de generar cambios en la práctica docente que apoyados en el mismo favorezcan el rendimiento académico en el alumnado. Esto no quiere decir que el uso del vídeo por sí mismo en el aula genere cambios positivos en el proceso instruccional, es necesario para que esto ocurra que previamente se definan los objetivos de aprendizaje y a partir de ahí se desarrolle toda una secuencia didáctica en la que el vídeo entrará en diferentes momentos, si es necesario y sobre todo si aporta mejores resultados que el uso de cualquier otro recurso. En este sentido es en el que hemos trabajado a la hora de elaborar esta guía de buenas prácticas, mostrar al resto de profesorado nuestra experiencia en el uso del vídeo como un recurso más, insertado en los diseños de las diferentes tareas, unidades de programación, materias, proyectos, etc., de modo que su uso sea transferible y exportable.